Sentir no es pecado, es el orgasmo del intelecto.
Sin el permanenente trabajo de percepción y emisión de nuestros sentidos, seriamos vegetales con patas. La suma de poder ver, oir, oler, paladear y palpar eleva nuestra existencia a su quinta potencia y nos convierte en el cum laude del uinverso conocido.
Somos definitivamente insconscientes de nuestra perfección, de la inconmesurable maravilla que representa poseer bajo nuestro forro de piel las cinco configuraciones más perfectas que jamás han existido, todas ellas conectadas al único software capaz de humillar a Bill Gates: nuestro cerebro.
Cuando culturalmente somos capaces de rechazar y reirnos de los agoreros y castradores históricos de nuestros cinco tentáculos de sensibilidad, cuando desde la ética culta y sin fanatismos nos abrimos a la plena conciencia de visionar, auscultar, absorber, saborear y acariciar lo mucho que constantemente nos ofrece la vida, desde universos de mínimas sensaciones hasta la concreción de grandiosos placeres.
Limitarse es castrarse. Es convertirse en eunuco o practicarse una autoablación cerebral.
Provocar el sentir es agudizar la percepción, que es la aorta superior por donde fluye la máxima información hasta el cerebro. Cuando nos conectamos con lo que más nos interesa o nos provoca de nuestro entorno, de forma imperceptible estamos cargando nuestras neuronas con toda la energia que constantemente desprende la vida. Percibimos más, sentimos más, somos más.
Históricamente, los poderes establecidos consideraron que su permanencia radicaba en el control y la suimisión de las percepciones, los sentimientos y los sentidos.
Joaquín Lorente.
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