domingo, 31 de marzo de 2019

Me hablarás cuando no pueda escucharte

Bosco, el chico solitario en la montaña de la ternura.

Al día siguiente no salió el sol, la tempestad seguía desencadenando tristeza con la misma fuerza, mismo furor y produciendo la misma pena y soledad. La soledad no es sentirse solo, la soledad es no sentirse comprendido.
Como ocurre frecuentemente tras una fuerte tempestad, el horizonte tiende a teñirse de añil claro y se evidencian signos de cambio en el tiempo, o al menos eso queremos pensar para no llegar a sentirnos desgraciados.
El sol brilló con energía durante la mañana siguiente a los días de tempestad, desprendía su luz que se mezclaba con la incertidumbre de los hombres que miran al futuro con esperanza esperando estabilidad emocional y sentirse comprendidos.  Luego, el sol se ponía mostrando destellos anaranjados que chocaban con el gris del atardecer preámbulo del marino de una noche estrellada y en consecuencia alumbrada.

Hemos de tratar igual a como nos gustaría que nos tratasen, me dijo un día.

Bosco vivía en el estrato intermedio de la tristeza y precariedad con momentos puntuales de extrema felicidad, abundancia y derroche. Dotado de unos modales y una educación digna de las mejores casas, nunca tuvo un mal gesto ni una palabra hiriente hacia nadie, jamás.
El era capaz de unir a cualquiera criatura, especie o género con facilidad pasmosa, un experto en diluir el conflicto con su palabra y su actitud siempre provocando sosiego y armonía.   
Bosco era culto, salvando el hecho puntual de su corta edad, aun así sorprendía por su sapiencia y conocimientos en historia, literatura y sobretodo geografía. Muy dotado intelectualmente, era capaz de cognitivamente entender nuevas informaciones con gran facilidad y rápida asimilación. Bosco, además, tenía físicamente una presencia apabullante, prácticamente perfecto en sus medidas antropométricas, muy atlético y con una idónea formación muscular.  Sus 193 centímetros y su morfología sin igual alumbraban a cualquiera que le contemplara. Bosco era sin duda una persona hermosa por dentro y por fuera, un ser extraordinariamente completo y muy fácil de querer. No hay adjetivo que lo defina ni calificativo que le haga justicia.
Bosco era una representación de lo que nosotros, los seres humanos querríamos ser si usáramos nuestro potencial al completo. Él era perfecto. Una versión impecable  de  inteligencia, capacidades y sentimientos. Pero nosotros, los seres humanos, hemos llegado a ser tan hastiados, codiciosos, inseguros y egocéntricos que no podíamos ver lo perfecto que realmente él fue. Bosco era visto como un ser extraño, cuando en realidad, era lo que todos deberíamos intentar ser. Si la raza humana fuera en general sólo la mitad de hermosa que el alma de Bosco, la humanidad hubiera fijado otro curso, curso que evitaría a lo que con seguridad estamos apocados, la destrucción o el no desarrollo de los valores humanos se traducirá en la destrucción de la armonía en la interrelación de los seres humanos.
Hoy me he despedido de Bosco.