Desde pequeñitos cultivamos nuestras ilusiones para construir nuestra felicidad, hacer realidad nuestros sueños. La ilusión es la culpable que nos empuja a alcanzar nuestra armonía y sentirnos íntegros. La ilusión nos hace sentir vivos y al darle la mano nos traslada hacia dónde nos gustaría ir, qué realizar o a quien nos gustaría tener siempre a nuestro costado.
La ilusión está conectada a la felicidad y también al fracaso. Cuando nos ilusionamos nos sentimos bien, nos sentimos alegres y motivados. Tener y cultivar la ilusión es uno de los motores de nuestra existencia. Esa ilusión está unida a nuestros sentidos. Es un sentimiento que nos da fuerza para ver las cosas de diferente manera, nos agudiza los sentidos mejorando la percepción de todo lo que nos rodea en nuestro entorno. Sin embargo la palabra ilusión procede del latín y significa engaño. Porque así es la ilusión, es esa creencia que tenemos los seres humanos para llegar a ver o sentir aquellas cosas que no tenemos, no vemos o no sentimos, pero que nos ayudan a vivir mientras hay esperanza o a morir después cuando esa esperanza se pierde y la cruel realidad impera.
La ilusión y los sueños, los sueños y la realidad.
La ilusión conecta con los deseos, los deseos con los sentimientos, los sentimientos con las emociones, pero si las emociones no llegan es cuando la tristeza nos embarga. La tristeza del fracaso cuando las ilusiones se desvanecen de forma que todo acaba, tanto que incluso cuesta vivir más de la cuenta.